“Palma es la libertad: palma más bella
alma franca y fiel: palma,―y estrella”.[1]
La esbelta y altiva Palma real es uno de los árboles más bellos y distintivos de nuestro paisaje geográfico y cultural, por cuyo tronco corre a raudales la belleza de nuestros campos. Con José Martí, por el camino de Heredia, desde el pórtico de sus Versos sencillos, la Palma real se convirtió, definitivamente, en cifra poética de la Isla y en ideal de equidad social, al proclamar en su inolvidable discurso Con todos, y para el bien de todos, “¡las palmas son novias que esperan, y hemos de poner la justicia tan alto como las palmas!”.
La dimensión simbólica de la Palma real —en salvaguarda por decreto presidencial desde 1926— a la que poetas y escritores han enaltecido como “violín de la brisa”, “flauta de amor” o “cítara iluminada de alegría”, se ha introyectado en lo más profundo de nuestro imaginario social, para encontrar expresión a través de las más diversas manifestaciones literarias, musicales, pictóricas, etnobotánicas y religiosas. En Palma y Estrella daremos cuenta de ello.
Es también un testimonio permanente de gratitud y veneración por la Pachamama, y una invocación de futuridad por un pueblo, que para ser digno de su Apóstol, tendrá que emprender, día a día, el camino hacia el cielo y hacia la luz, como las palmas.
Nota:
[1] Fragmento de una dedicatoria de José Martí en el anverso de una fotografía a Bernarda Figueredo de Pérez (Manana), hecha por Andrés I. Estévez, durante la primera visita del Maestro a Cayo Hueso, en diciembre de 1891. (Iconografía martiana, La Habana, Oficina de publicaciones del Consejo de Estado, Editorial Letras Cubanas y Centro de Estudios Martianos, 1985, p. 46).